Solemos quejarnos de aquello que no queremos. Tendemos a tomar
decisiones que nos ayuden a evitar ciertas situaciones. Vivimos a la
defensiva, como si la vida fuera una mala esposa que día a día nos
escupe frases hirientes, mientras nosotros buscamos la manera de no
escucharla. Y sólo cuando cerramos los ojos por la noche y nos separamos
de ella respiramos tranquilos.
Cuando tenemos puertas delante y las miramos todas, aquellos que se
fijan en las que no deben cruzar son los que viven con miedo. En el otro
extremo, aquellos indecisos que tratan de tomar la mejor puerta de
todas viven en tensión y angustia. También los hay que abren puertas sin
criterio alguno, o abren una que a simple vista parece buena; los
insensatos. Por último están aquellos que miran todas las puertas, dejan
que su instinto les guíe a una de ellas en función de lo que él cree
que puede encontrar detrás, y cuando se acercan lo suficiente se paran
unos segundos a pensar en esa puerta. Si su instinto la acepta y su
razón da el visto bueno, cruza sin pensar. Estos son los vividores.
Una decisión buena no siempre es una decisión acertada. Una decisión
mala no siempre es una decisión infructuosa. El mundo es demasiado
complejo para juzgar con nuestros ojos. La gente es demasiado distinta
para entenderla con la razón. La vida es demasiado corta para buscarle
un sentido. La vida es demasiado larga para buscar una salida. El camino
conduce al destino, pero en las posadas anidan los cuentos. Y los
cuentos nos hacen más felices.
No existen las claves, tenemos pistas. El deseo no nos hace felices, hay
más cosas que vivir de las que podamos desear. Escucha, presta
atención, porque a cada instante las pistas pasan fugaces, y son
demasiado complejas para descifrarlas con la cabeza. Ten confianza, no
existen los agujeros. No tengas miedo a volar.
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