Volvemos una y otra vez al mismo punto, pero cada vez algo es distinto.
Nuestra personalidad se forja junto con nuestros recuerdos, nuestra
mente toma forma y los patrones que nos mueven se afinan con la
experiencia. Los errores toman parte en nuestro aprendizaje como la
harina en una tarta, son la base. Los éxitos son el azúcar que nos da
esperanza. Sin una mezcla adecuada de ambas cosas no disfrutaríamos
tanto de la vida.
No existe una receta para la vida. A pesar de ello, insistimos en
buscarla. Pensamos que debe de haber una manera mejor de hacer las
cosas, una vía sin tanto sufrimiento, sin tanta necesidad, sin tanta
tristeza. Una vía más fácil, más sencilla. Nos equivocamos si creemos
que había otra manera de hacer las cosas, porque si las cosas han
llegado a este punto es por unas causas, millones de causas, que no
podían haber sido de otra manera. No existe una receta para vivir de
forma perfecta, ni podemos medir el grado de calidad de la vida. Así que
para responder a las preguntas "¿cómo debo vivir?", "¿qué debo hacer?",
"¿cómo debo ser?", hay que conocerse a uno mismo.
Cada persona tiene sus miedos, sus expectativas, sus ilusiones, sus
pasiones y sus valores. Todos ellos forman parte de esa persona, se
encuentran arraigados en lo más profundo de su ser. Y todos ellos van
cambiando con el tiempo. No se pueden moldear a voluntad. El cambio
lleva mucho tiempo. La mezcla de estos elementos son los que crean las
emociones en cada uno, y esas emociones dirigen la vida del individuo en
lo que llamamos "instinto". Cada vez que uno sigue su instinto está
siguiendo su propio camino, con sus errores, sus aciertos, sus peligros y
recompensas. Pero hay cosas que el instinto no es capaz de ver,
comprender, asimilar... Son cosas que van contra nuestra propia
naturaleza y que por más que nos forcemos a guiarnos hacia ellas nuestro
control se desvanece y huimos de la situación. Sólo una gran
autodisciplina nos permite tomar decisiones de futuro que nuestro
instinto es incapaz de apreciar y que además se vuelven contra nosotros
mismos en el momento de tomarlas.
A menudo confundimos infelicidad con desagrado. Si huimos de las
sensaciones desagradables y nos peleamos con ellas, estamos
condicionando nuestra toma de decisiones con un factor más. Por eso hay
que ser flexibles con nuestros sentimientos que en ocasiones pueden
resultar incómodos, abrumadores, incomprensibles. La calma es un arte y
un poderoso aliado.
No podemos conseguir todo lo que queremos. No podemos querer todo lo que
conseguimos. Pero podemos aceptar estos dos hechos y aceptar lo que
conseguimos y perseguir lo que queremos.
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