miércoles, 29 de enero de 2014

Un Salto

Existe un fenómeno bioquímico que en conjunto con otros acontecimientos, tanto externos al ser humano como internos, nos hacen sentir emociones. Nadie es capaz de dominar sus emociones por la complejidad que entraña su origen y la imposibilidad de controlar la mayoría de nuestras funciones internas.

Dejando a un lado la ciencia, hablando en un lenguaje en el que todos podamos entendernos con facilidad, quiero resaltar la importancia en nuestra vida de las expectativas. Existen tipos de expectativas diversos, desde las expectativas sociales, las laborales, las internas... Concretamente me llaman la atención las expectativas inconscientes.

¿Por qué inconscientes? ¿Qué tienen las demás expectativas para no ser calificadas de inconscientes? Realmente podemos darnos cuenta de que estamos siendo víctimas de unas expectativas cuando al pensar en un evento futuro le atribuimos características de nuestra invención. Por ejemplo si al pensar en un examen directamente nos imaginamos a nosotros mismos intentando resolver unas preguntas difíciles y luego nos entra miedo es porque nuestras expectativas con respecto al examen son de dificultad excesiva, lo que nos provoca una distorsión del modo en que nos afectan los hechos y por tanto una alteración emocional inapropiada, lo que repercute en nuestra manera de planificar nuestras acciones o de tomar decisiones.

En resumen, una expectativa siempre nos condiciona en el presente. No por tener una expectativa u otra vamos a tomar una mejor decisión con toda seguridad, aunque existan casos en los que es obvio que rebajar nuestras expectativas va a conllevar una respuesta mejor en el presente que la que tendríamos del otro modo. Así funcionan nuestras expectativas, así nos afectan, y nosotros no podemos hacer mucho por cambiar este hecho.

En cambio sí podemos influir en nuestro nivel de expectativas, aunque no al 100%, pero con la experiencia podemos aprender que en ciertas situaciones no es bueno imaginarse las cosas de una manera concreta, o aderezar una imagen del futuro con imaginación. Siempre es bueno perseguir una visión realista de las cosas, pero cuando lo que imaginamos nos viene de lejos, no sabemos mucho sobre ello, es algo nuevo o simplemente no depende de nosotros mismos, cualquier cosa que imaginemos va a condicionarnos de modo que nuestras decisiones o nuestros sentimientos sean un poco menos coherentes con la realidad.

Y por ejemplo, cuando nos encontramos en el borde de una piscina en verano y ya hemos catado la temperatura del agua con la puntita del pie... Inmediatamente hemos creado unas expectativas sobre lo que sentiremos cuando estemos dentro del agua. En ese momento nuestra mente pone en marcha todo un complejo sistema de conexiones para evitar una sensación desagradable que NUESTRAS EXPECTATIVAS han generado. Pero, ¿acaso hemos entrado en el agua para que nuestro cerebro capte la sensación de frío que esperamos? Este es el poder de las expectativas, generar emociones que según cómo las interpretemos intentaremos evitar o conseguir. Para aquellos que se pasan la vida tratando de evitar peligros y sensaciones negativas, saltar a la piscina les resultará una odisea. Para aquellos que viven al día sin esperar nada de lo que vendrá, saltar es una aventura. Para aquellos a los que les gusta pensar en el lado bueno de las cosas y siempre encuentran un buen motivo para avanzar, saltar les resultará fácil y emocionante.

miércoles, 15 de enero de 2014

Una receta complicada

Volvemos una y otra vez al mismo punto, pero cada vez algo es distinto. Nuestra personalidad se forja junto con nuestros recuerdos, nuestra mente toma forma y los patrones que nos mueven se afinan con la experiencia. Los errores toman parte en nuestro aprendizaje como la harina en una tarta, son la base. Los éxitos son el azúcar que nos da esperanza. Sin una mezcla adecuada de ambas cosas no disfrutaríamos tanto de la vida.

No existe una receta para la vida. A pesar de ello, insistimos en buscarla. Pensamos que debe de haber una manera mejor de hacer las cosas, una vía sin tanto sufrimiento, sin tanta necesidad, sin tanta tristeza. Una vía más fácil, más sencilla. Nos equivocamos si creemos que había otra manera de hacer las cosas, porque si las cosas han llegado a este punto es por unas causas, millones de causas, que no podían haber sido de otra manera. No existe una receta para vivir de forma perfecta, ni podemos medir el grado de calidad de la vida. Así que para responder a las preguntas "¿cómo debo vivir?", "¿qué debo hacer?", "¿cómo debo ser?", hay que conocerse a uno mismo.

Cada persona tiene sus miedos, sus expectativas, sus ilusiones, sus pasiones y sus valores. Todos ellos forman parte de esa persona, se encuentran arraigados en lo más profundo de su ser. Y todos ellos van cambiando con el tiempo. No se pueden moldear a voluntad. El cambio lleva mucho tiempo. La mezcla de estos elementos son los que crean las emociones en cada uno, y esas emociones dirigen la vida del individuo en lo que llamamos "instinto". Cada vez que uno sigue su instinto está siguiendo su propio camino, con sus errores, sus aciertos, sus peligros y recompensas. Pero hay cosas que el instinto no es capaz de ver, comprender, asimilar... Son cosas que van contra nuestra propia naturaleza y que por más que nos forcemos a guiarnos hacia ellas nuestro control se desvanece y huimos de la situación. Sólo una gran autodisciplina nos permite tomar decisiones de futuro que nuestro instinto es incapaz de apreciar y que además se vuelven contra nosotros mismos en el momento de tomarlas.

A menudo confundimos infelicidad con desagrado. Si huimos de las sensaciones desagradables y nos peleamos con ellas, estamos condicionando nuestra toma de decisiones con un factor más. Por eso hay que ser flexibles con nuestros sentimientos que en ocasiones pueden resultar incómodos, abrumadores, incomprensibles. La calma es un arte y un poderoso aliado.

No podemos conseguir todo lo que queremos. No podemos querer todo lo que conseguimos. Pero podemos aceptar estos dos hechos y aceptar lo que conseguimos y perseguir lo que queremos.